«Soy mi proyecto más importante», me dije.
Lo que significa apostar por mí incluso cuando el camino no esté completamente iluminado. Debo creer en mi valor, en mis capacidades, en mis sueños. Debo abrazar el miedo, no como un freno sino como una señal de que estoy saliendo de mi zona de confort. Dar ese salto que, si espero a tenerlo todo resuelto antes de comenzar, jamás lo daría. Porque la vida, al final, no se construye desde la certeza sino desde el coraje.

Doy este paso no porque tenga garantía de éxito, sino porque confío en mi proceso. Porque sé que crecer duele, pero también transforma y porque afirmo que avanzar con miedo es mejor que quedarme quieta.
Hoy me elijo y me comprometo conmigo misma. Me convierto en mi prioridad, y aunque no tenga todas las respuestas, tengo la determinación de seguir adelante.
Todo este tiempo, tanto correr por la montaña como escribir me enseñaron que no siempre hay un camino claro, pero, aun así, decido confiar. Ambas acciones me enfrentan a mí misma; a mis límites; a mis dudas; a ese momento exacto en que todo en mí quiere detenerse y, aun así, decido avanzar. Hay un momento en que ya no se trata del terreno ni del texto, se trata de mí y de todo lo que estoy dispuesta a ser.
El salto de fe es confiar en que cada paso hacia lo desconocido tiene un propósito, aunque aún no lo comprenda. A veces, el verdadero crecimiento ocurre cuando dejamos de buscar respuestas y empezamos a caminar con el corazón abierto. Porque no se trata de saber con seguridad dónde caeré, sino de creer que, sin importar lo que pase, seré capaz de levantarme, aprender y seguir adelante.
Saltar con fe es apostar por la vida, por los sueños, y por la versión más valiente de mí misma. Porque no se trata de estar lista sino de estar dispuesta.
Qué me dirías si te dijera que justo del otro lado del miedo está la vida que siempre soñaste ¿te atreverías a saltar?

Deja una respuesta